Si yo pudiera estar en cualquier parte ahora mismo de seguro buscaría un lugar en el que abundase la tranquilidad, un lugar en el que lo que predomine sea la paz y la alegría.
Escogería estar en un lugar donde pueda olvidarme de todo lo que me abruma, un lugar donde no tienen permitida la entrada los problemas ni el estrés. Un lugar donde los pesos que maltratan mi espalda son removidos. Un lugar donde los sentimientos que presionan el pecho y anudan la garganta son reemplazados por aquellos que generan una alegría agradable en el corazón.
Este lugar tendría un aire hogareño, una luz que transmite un calor de esos que extienden los brazos y te envuelven, pero sobre todo tendría un aroma que disminuye los latidos del corazón y hace que por el cuerpo corra serenidad. Este lugar es al que acudiría después de una semana con las pupilas desgastadas y aunque no junte los párpados estaría descansando. Un lugar en donde lo que alimenta no entraría por la boca sino por los oídos y saciaría el alma. Un lugar donde el estar presente parece eterno, donde los segundos se tardan en llegar y en donde la estadía no tiene fecha de expiración.
Pero de todo esto, lo más importante no sería la dirección sino quienes con su sola presencia construyen este lugar. Que sin mencionar palabra crean este ambiente. Porque lo más importante no es donde estén tus pies parados sino aquellos que acompañan tus pasos. Aquellos que toman tu mano para atravesar lo que se presente. Aquellos que sin importar si estás en lo bello o en lo caótico, en lo alegre o en lo oscuro, en lo claro o en lo profundo; deciden permanecer y no abandonarte.
Así que sí, si yo pudiera estar en cualquier parte ahora mismo, definitivamente escogería estar con las maravillosas personas a las que hoy tengo la dicha de llamar amigos. Y si se pudiera, estar todos juntos en un café.