Diálogo Silencioso con el Alma Misma


En este escrito tengo el honor, pero a la vez corro el peligro de invitarlos a las habitaciones de mis ideas; los invito a pasar, y no a ellas a salir porque son nocivas, irreverentes e inaceptables. Y con ello, lo único que podrán escuchar es el diálogo silencioso con mi propia alma.


"La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír"


Decía… George Orwell


“Negarse a oír una opinión, porque se está seguro de que es falsa, equivale a afirmar que la verdad que se posee es la verdad absoluta.”


Decía… John Stuart Mill


“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”


Decía… Voltaire


Decían, decían, decían cuando antes había un valor, y no una amenaza, en expresar lo que en la mente nacía. Recuerdo cuando las opiniones no eran diluidas en grupos, las ideas no estaban difusas por ideales colectivos, ni las identidades perdidas; absorbidas por comunes. 


Pero hoy, el individuo se ve esfumado por lo abstracto de lo colectivo. Cualquier idea que difiera del grupo pronto es tratada como ameba que enferma el cuerpo. La libertad de expresión se ve coaccionada por el derecho a hablar y la obligación de escuchar y enmudecer. 


La autenticidad se volvió escasa, la unicidad se disolvió en grupos, la identidad propia se escondió.


Los nombres sirven de muy poco cuando no tienen algo que los respalde. Los rostros no distinguen nada cuando encajan en cualquier cuerpo. La capacidad de hablar se hace inútil cuando carece de originalidad, individualidad, libertad.


En un mundo donde la persona funciona como un títere colgando de los hilos de aprobación y coacción social, la escasez de ser auténtico no le suma valor, sino que le otorga una etiqueta de amenaza e irreverencia. Cuando el individuo pasa a ser de lo colectivo. Tan unidos, pero a la vez tan dispersos, tan solo parte de una metáfora basada en lo distorsionado de lo pacífico y lo inclusivo.



Menos mal mis ideas viven aprisionadas por las paredes de mis labios. Pues lo que hasta ahora protege mi libertad es que no soy nocivo, pues permanezco enmudecido. Mi silencio es un lugar seguro. ¡Cuán peligroso! Es la experiencia de pensar y el acto de expresar pues podría dejar al desnudo la pantomima de los comunes. En mi mente se desata el conflicto de si serme fiel a mi condición humana y a mis ideas peligrosas, o sucumbir a un mundo pacífico de ideas comunes.


Se nos da la libertad de pensar y de opinar siempre y cuando sea dentro de las calles de nuestra mente; una libertad farsante. La verdadera maldad descansa sobre los brazos de la indiferencia y la ciega obediencia; encarnada en aquellos que no se atreven a cuestionar. 


La libertad de expresión concedida únicamente cuando se pretende saber de antemano que su mensaje no será injurioso no es libertad; sino pretensión, violencia y censura. Una dictadura de intolerancia. 


Se necesitan y urgen individuos que se atrevan a conocer y determinar lo verdadero de lo falso, la paz de lo violento, lo valioso de lo inútil; no con imposición, pero por medio del intercambio y transacción de ideas. Un mercado de desarrollo individual y evolución social.


Disentir no es un delito, opinar no es agresión, pensar diferente no es una herejía.


Las ideas están para destruirse, para romperse y recomponerse; y es nuestra obligación moral hacerlo, la condición más importante de nuestra humanidad. 


En definitiva y en retrospectiva: “Me urge ser”